En el año 1819 Hans Christian Oersted estaba estudiando los efectos térmicos de la corriente eléctrica sobre un cable conductor conectado a una batería. La fuerza del Azar quiso que muy cerca del hilo conductor hubiera dejado una brújula. Y cuál fue su sorpresa al comprobar que al cerrar el interruptor la brújula se movía. Y así una y otra vez si volvía a repetir el experimento.
Este hecho descubierto por casualidad abrió las puertas de nuestra sociedad tecnológica al poner en evidencia por primera vez que los fenómenos eléctricos (la corriente eléctrica) y los magnéticos (la brújula) estaban interrelacionados.
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