La Química moderna tal y cómo la conocemos hoy en día surge de los cimientos que pusieron dos grandes hombres en Francia y Rusia: Antoine Lavoisier y Mijail Lomonosov. El reconocimiento oficial recae más sobre el primero pero eso se debe en parte a que en el siglo XVIII había poca gente que supiera traducir el ruso a otras lenguas europeas.
Lavosier no hizo sino reproducir una serie de experimentos de otro científicos de los siglos XVII y XVIII de forma extremadamente minuciosa, tales como la calcinación y la combustión de los metales, tomando medidas de todas las magnitudes físicas posibles (presión, temperatura, masa), antes y después de una reacción química. Además catalogó y clasificó gran cantidad de elementos, entre los que destacan el oxígeno y el hidrógeno, dejando atrás la caduca teoría del flojisto, y creó una nueva nomenclatura.
Los trabajos de Lavoisier fueron la culminación del trabajo experimental previo realizado por un grupo de científicos que se conocen como los químicos neumáticos, que hicieron importantes hallazgos gracias a la cuba neumática inventada por Stephen Hales. El interés por el estudio del la presión y el vacío provenía del experimento de la máquina neumática realizado por Otto von Gericke más de un siglo atrás.
Todo ese devenir cogió el testigo de la herencia científica dejada por Robert Boyle, conocido por la ley en la que establece la relación entre presión y volumen PV y que fue el primero que verdaderamente instauró el uso de la razón, la duda y la experimentación en el estudio de las Leyes de la Naturaleza tal y como queda bien ilustrado en su libro El químico escéptico.
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