En el año 1887, el físico alemán Heinrich Rudolf Hertz, realizó un experimento en la Universidad de Karlsruhe, por el que pudo poner en evidencia la existencia de las ondas electromagnéticas predichas por Maxwell.
Como suele suceder con los experimentos que ponen de relieve por primera vez algo, el fenómeno observado fue sumamente sutil: una efímera chispa que saltaba entre dos bolas metálicas en los extremos de una barra metálica curvada en círculo que no se llega a cerrar.
A unos pocos metros de distancia el transmisor de las ondas consistía en una bobina de Helmholtz, capaz de generar un voltaje muy alto, y un par de grandes esferas metálicas, actuando como condensadores. Todo ello constituye un circuito oscilante LC. Al cerrarse el interruptor el circuito oscila en su frecuencia de resonancia. Las oscilaciones crean campos eléctricos variables que se traducen en una chispas visibles entre dos esferas pequeñas próximas que actúan a modo de antena. Esos campos eléctricos variables inducen otros magnéticos y así se genera la perturbación que se propaga con las ondas.
Eso confirma la validez de las ecuaciones de Maxwell y en especial, el término adicional que añadió el científico inglés: la corriente de desplazamiento.
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