Por un estrechísimo margen de tiempo Alexander Graham Bell consiguió obtener la patente del teléfono y sobre esa base fundar un imperio que todavía perdura hasta el día de hoy. Dos horas más tarde llegaría la siguiente petición a la oficina de patentes con suerte claramente dispar. Y eso que se reconoce la atribución de los prototipos originales a otras personas otros años antes. Este es el caso del científico alemán Reis o del italiano Meucci, pero parece ser que no tuvieron la suficiente visión para darse cuenta de la relevancia de sus invenciones.
Tampoco está mal que Bell, que había orientado su vida al estudio de la audición porque su madre y esposa padecían sordera, se viera recompensado con el fruto de sus esfuerzos, y además éste nunca pretendió negar la aportación previa de otros.
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