Uno de instrumentos más útiles para el propio desarrollo de la ciencia y la tecnología es el osciloscopio. La clave del funcionamiento del osciloscopio está en el hecho de que la deflexión vertical que sufren los rayos catódicos (electrones) en su interior ante la aplicación de un campo eléctrico es proporcional al voltaje que lo genera. Es decir, a más voltaje, más deflexión; a menos voltaje, menos deflexión.
Así es que el osciloscopio no es más que un tubo de rayos catódicos adaptado, de forma que incorpora dos pares de placas paralelas, formando un ángulo de 90º entre sí, todas ellas paralelas al chorro de electrones propulsados desde el cátodo.
El primer par de placas es alimentado por un voltaje en forma de diente de sierra que proporciona un circuito electrónico específico (no es el fin de este blog entrar a tal grado de detalles en el terreno de la electrónica; al menos, por ahora) y cuya finalidad es la de hacer una barrido en la dirección horizontal de la pantalla, según la escala de tiempos que se haya seleccionado.
Al segundo par de placas es a las que se conecta el voltaje que se quiere visualizar, y eventualmente medir, también la escala de voltios que se seleccione.
Los campos a los que se puede aplicar la utilización de un osciloscopio son variadísimos. En la serie de vídeos que acompañan esta entrada se detalla su funcionamiento y cómo es utilizado para visualizar el gradiente potencial en las células del corazón.
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