El hombre que encontró el orden de los Cielos llevó una vida errática en la Tierra, con una salud delicada que le llevó en ocasiones a estados depresivos profundos. Pero tales flaquezas no hicieron que cesara en su empeño por encontrar la Verdad. Tampoco es que lo tuviera fácil precisamente: su padre era un mercenario que lo abandonó antes de alistarse en su última cruzada, su tía fue quemada en la hoguera e incluso su madre fue encarcelada acusada de brujería. Además perdió en vida a siete de sus hijos y tuvo que vagar a lo largo de Europa para buscarse la vida durante la guerra de los 30 años. Pero fue precisamente su madre quien sembró probablemente en él la curiosidad de niño que habría de predeterminar su destino cuando lo llevó una noche, a la edad de cinco años, a presenciar el paso de un cometa desde lo alto de una colina.
No se sabe si fue o no el
cometa Halley, pero sí que se sabe que fue precisamente Halley el científico
que convenció a Isaac Newton para que reescribiera, puliera y publicara su
trabajo en el que explicaba la naturaleza de la fuerza que estaba detrás de las órbitas planetarias enunciadas por Kepler.
Como la mayoría de los
hombres sabios de esa y otras épocas, Kepler no solamente desarrolló su
conocimiento en un área del saber. En particular, además de convertirse en un
brillante astrónomo también era experto en Astrología y pudo sufragar su vida y
la de su familia durante muchos años haciendo cartas astrales, sobre todo para
nobles y cortesanos.
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