En 1824 Gambey se da cuenta que si hace girar un imán o una aguja imantada y la acerca a una lámina de cobre, las oscilaciones se detienen rápidamente y la aguja se detiene. Basándose en esta observación, François Arago construyó un artilugio en el que conseguía que una aguja imantada se pusiera a girar por la rotación generada mecánicamente por una manivela de un disco de cobre paralelo pero con el que no estaba en contacto.
Estas experiencias sugerían la idea de que debía de existir algún tipo de magnetismo inducido que, en un caso detuviera el movimiento generado, y en el otro caso lo alimentara.
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