Tras haber estado experimentando con bobinas hilvanadas sobre un mismo núcleo de hierro de forma toroidal, en lo que fue el experimento histórico del fenómeno de la inducción electromagnética, se puso de manifiesto que lo que generaba la corriente inducida era la variación del campo magnético.
Así que durante el mismo año en que se produjo tal revelación, 1831, el propio Faraday buscó una disposición más sencilla que originara el mismo fenómeno y, a poder ser, de una forma más clara. Si lo que se trataba era de generar un campo magnético variable, era suficiente una bobina enrollada sobre un tubo cilíndrico y un imán de barra. La clave ahora estaría en el movimiento relativo del imán hacia la bobina.
En realidad sería suficiente un hilo conductor enrollado formando una espira para generar el fenómeno. Pero el hecho es que el efecto solamente sería apreciable si dispusiéramos de un imán en forma de herradura extraordinariamente potente y un amperímetro de gran sensibilidad (un microamperímetro). El autor de estas líneas tuvo ocasión de ver el fenómeno con tales elementos, los cuáles a día de hoy son difíciles de conseguir.
Al usar una bobina el efecto de la inducción se multiplica en proporción al número de espiras (en realidad, al cuadrado de las mismas, como se verá más adelante), por lo que, con un imán y un amperímetro común, el efecto es perceptible.
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