En el año 1785, por fin Charles Agustín de Coulomb pudo completar el primer experimento que permitía describir de forma cuantitativa la ley de atracción y repulsión de objetos cargados eléctricamente. Para ello se ayudó de una balanza de torsión, cuyo funcionamiento puede apreciarse en el vídeo adjunto, y en la cual distribuyo dos pequeñas esferas cargadas eléctricamente.
El experimento, de enorme precisión para la época, fue repetido numerosas veces cambiando la cantidad de carga eléctrica transferida a cada esfera y la distancia de separación entre ambas. En función del ángulo girado por la balanza de torsión se podía deducir la fuerza entre las cargas.
Anteriormente, los científicos Priestley y Cavendish habían intentado ya establecer dicha ley basándose en un paralelismo con la ley de la gravitación universal, pero no pudieron llegar más allá de un resultado parcial por el que observaron la dependencia con el inverso del cuadrado de la distancia.
Coulomb, por contra, pudo enunciar la ley exacta, la cual dependía de una única constante de proporcionalidad K y además era directamente proporcional al producto de las cargas. Es interesante reseñar que aunque ya había medios para medir las cargas eléctricas aún no se había descubierto el electrón y apenas se tenía un conocimiento de la estructura de la materia, así que no se conocía la carga fundamental y se utilizaban otras unidades. No sería sino más adelante que se adoptaría el actual Sistema Internacional de Unidades que prevalece todavía hoy en la comunidad científica y en el que la unidad de la carga eléctrica es precisamente el Coulomb (con la que se conoce actualmente el valor de la carga elemental del electrón, cuyo valor no se pudo medir... ¡hasta 1909!).
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